El Museo de Bellas Artes de Asturias ha presentado esta mañana su nueva Obra invitada para los meses de abril a agosto de 2018. Se trata del cuadro de Nicolás Soria titulado El campéon, pintado en 1910 y prestado para la ocasión por la familia avilesina del artista.
Nicolás Soria González, segundo hijo de Policarpo Soria, patriarca de una familia de artistas que se había iniciado con su padre Nicolás a principios del siglo XIX y que se prolongará aún en una tercera generación, nació en Avilés el 12 de agosto de 1882. Las primeras instrucciones artísticas, al igual que sus hermanos Jesús, Florentino, Marino y Manuel, provendrán de su padre y las ampliará en la Escuela de Artes y Oficios hasta que en 1899, junto a su hermano Jesús, se desplaza a Madrid para estudiar en la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado. Allí, entre otros destacados artistas, recibirá lecciones de Luis Menéndez Pidal, Moreno Carbonero, Cecilio Plá, Muñoz Degrain y Alejo Vera.
Finalizada su carrera, en la que obtendrá algunos de los premios especiales que se concedían en las distintas asignaturas, se presenta a las oposiciones al cuerpo de profesores de Enseñanza Media, ganándolas con el número uno y siendo destinado como catedrático de Dibujo al Instituto de Segunda Enseñanza de Murcia hasta que, en 1912, logra el traslado al de Oviedo en el que permanecerá hasta su fallecimiento. Algunos críticos señalarán que esa dedicación a la docencia va a impedirle la adaptación de su pintura a las nuevas maneras que ya empezaban a aflorar, cierto que tímidamente, en algunos de sus contemporáneos.
Desde su primera presencia en 1901 fue asiduo participante en las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, en las que obtuvo tres menciones honoríficas en las de 1904, 1906 y 1908, una tercera medalla en la de 1920 y una segunda medalla en la de 1926. También concurrió a la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. En 1920, en unión de otros profesores e intelectuales, contribuyó a la creación del Centro de Estudios Asturianos, del que fue su primer tesorero. En 1928 fue nombrado Académico correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Falleció en Oviedo el 28 de agosto de 1933.
Su obra pictórica, deudora de su tiempo y de su ámbito, no es todo lo conocida que se merece aunque la mayoría de críticos coetáneos la respetasen y, en algunos casos, la admirasen. En Asturias, y de manera especial en Avilés, se le consideró como el abanderado de la generación de artistas surgidos en los años 20 del pasado siglo. Quizá por ese su especial interés en las Exposiciones Nacionales y por la búsqueda de las ansiadas medallas –galardones tan valorados en la época- gran parte de su obra, especialmente la de gran formato, peca de una cierta grandilocuencia y teatralidad. Es, sin duda, una deuda de la normativa decimonónica que le hace crear un poco a destiempo de lo que ya comenzaba a vislumbrarse pero, aún así, lo hará siempre desde un trabajo cuidadoso, detallista, metódico y justo en sus valoraciones tanto dibujísticas como cromáticas. En ese apartado encajarían obras como El último homenaje (1901), In articulo mortis (1904), La Huelga (1924), La galerna (1926) y Al Carmen (1929).
Por el contrario aquellas de sus pinturas más íntimas, frecuentemente retratos de miembros de su propia familia, autorretratos o composiciones con pocas figuras, tienen ese componente inaprensible -podríamos llamarlo alma- que solo determinados artistas saben insuflar a sus obras. Él mismo, en uno de sus textos, dice que “el arte no es, en manera alguna, falsificación de la naturaleza” y eso parece querer transmitirnos en esas pinturas más serenas y recogidas aún cuando algunas de ellas, por sus dimensiones, pudieran hacer caer en tentaciones episódicas al artista. Es lo que ocurre en Blanquita (1906), La nieta (1906), Retrato de Jesús y Josefa Soria (1910), Hijos de los Marqueses de Ferrera (1908) y Los nuevos esposos (1920). Pero especialmente esas características van a ser palmarias en la obra invitada que nos ocupa y en la que, es indudable, podemos ver el alma: El campeón (1910).
El campeón, para el momento en que lo realiza, es un atrevido retrato de un ciclista que no es otro que su hermano pequeño Manuel –uno más de los componentes de la larga saga familiar de artistas- y resultará ser una pintura paradigmática entre ese grupo de obras más sobrias y naturalistas. En ella se ve un ciclista posando de frente, con la mano derecha en la cintura y la izquierda sujetando la bicicleta. Ésta no se representa al completo, de la misma manera que al deportista le faltan los pies, lo que puede resultar chocante por la importancia que en ese deporte tienen ruedas y pies pero que no hacen más que valorar lo verdaderamente importante para el autor: retratar con fidelidad fraternal a un atleta bien musculado y concentrado en su serenidad.
Al igual que en otras obras suyas la figura se recorta sobre un paisaje, en este caso brumoso, casi apocalíptico, en el que se contempla una carretera en ascenso y unas lejanías de montañas iluminadas entre el rompiente celaje. La pincelada detallista de la figura contrasta vivamente con el tratamiento en torbellino de todo el fondo que no hace sino simbolizar lo que de gesta tiene -y más en la época en la que competía el retratado- el deporte de las dos ruedas.
Todo el conjunto de la obra tiene un tanto de épico, con la luz irrumpiendo por la derecha del retratado y pese a saber que la estrella que luce en pecho del deportista es la que corresponde al maillot de Ciclos Sanromá de Barcelona, quiero seguir fiel a una interpretación simbólica de ese elemento: educación y elevación. Ambas cualidades le eran propias al retratado y eso podría querer decirnos el pintor colocándola en el centro de la mirada. Al fin y al cabo, por tradición familiar, también eran las suyas.
En cuanto al lienzo, se expondrá hasta el próximo 5 de agosto en la sala 20 de la pinacoteca, ubicada en la primera planta del edificio de Ampliación, y en torno a él habrá un programa complementario de actividades, que incluirán visitas guiadas, talleres para familias y una conferencia.
Ramón Rodríguez.