Autorretrato

Autorretrato

Darío de Regoyos (Ribadesella, 1857-Barcelona, 1913)

Fecha de ejecución:

h. 1902

Técnica:

Óleo sobre tabla

Medidas:

46,1 x 37,9 cm

Procedencia:

Aportación de la Consejería de Cultura, 1985

En 1985, y a instancias del Museo de Bellas Artes de Asturias, la Consejería de Cultura adquirió un óleo sobre tabla de Darío de Regoyos (Ribadesella, 1857-Barcelona, 1913). La obra, que había pertenecido a Rodrigo Soriano, político y literato amigo del pintor, reviste un excepcional interés, pues el artista empleó los dos lados del soporte. Así, entre 1901 y 1905, Regoyos se autorretrató al dorso del paisaje de Valmaseda, pintado en 1895, como señala la inscripción a la izquierda de la tabla. Que Autorretrato es posterior lo demuestra el cuadro representado tras el busto del pintor, La sierra de Béjar (último rayo), realizado en 1900. Además, el artista aparece sin barba, sólo con bigote, tal y como lo muestran las fotografías del primer decenio del siglo.

Nacido en Ribadesella y formado en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, Darío de Regoyos viajó a Bruselas en 1879, donde trataría a los principales artistas de vanguardia. Conocedor asimismo de la pintura que se hacía en París, se vinculó con el neoimpresionismo, mediante el empleo de la técnica puntillista de su gran amigo Camille Pisarro.

En Autorretrato, Regoyos ofreció una reflexión íntima, certera y desencantada, sobre sí mismo y su oficio de pintor. Frente a la alegría y la vivacidad que habían caracterizado su juventud, Regoyos se representó en la cuarentena, cargado de hombros, con semblante macilento y envejecido acusadamente por las arrugas de la frente y el cuello. Con un cierto toque desaliñado, aparece también sin camisa y vestido con un cómodo gabán negro.

Concentrado en el rostro, de mirada perdida, el retrato trasluce el abatimiento y la desesperación que marcaron los primeros años del siglo para el pintor. Sufrió por entonces la muerte de su tercer hijo y la crisis de locura de su esposa, Henriette de Montguyon. Los cuadros arrumbados y vueltos del revés en su estudio, excepto el mencionado paisaje de Béjar, inciden en su tristeza y desencanto ante las dificultades para sostener a su familia con la venta de sus obras. Esta sinceridad con la que se muestra al espectador, así como la técnica empleada y el tratamiento del color, hermanan la obra con los autorretratos del postimpresionista Paul Gauguin, a quien Regoyos admiraba profundamente. No en vano, por la época del paisaje de Valmaseda, el artista había abandonado el puntillismo en favor de una pincelada más libre, que combinaba zonas moteadas con otras más empastadas y planas. En esta síntesis entre el interés en los problemas de tipo técnico de las tendencias derivadas del impresionismo y la concepción de la obra de arte como vehículo de emociones, que lo aproxima al expresionismo, reside el valor de Regoyos como figura clave en la modernización de la pintura española.