La danza de Salomé ante Herodes

La danza de Salomé ante Herodes

Juan de Valdés leal (Sevilla, 1622 - 1690)

Fecha de ejecución:

1673 - 1675

Técnica:

Óleo sobre lienzo

Medidas:

177 x 148 cm

Procedencia:

Donación de Plácido Arango Arias en 2017

La historia de Salomé formaba parte fundamental de la biografía de san Juan. Tras bailar en un banquete convocado por Herodes, este le prometió acceder a cualquier deseo que pidiera, y ella solicitó la cabeza del Bautista.

La escena muestra a Salomé en primer plano y en plena danza, para la que se vale de unas castañuelas. Luce un lujoso vestido encarnado, y tanto la riqueza cromática y formal de su indumentaria, como su dinamismo y la gracia de sus rasgos la destacan poderosamente y la convierten en centro de atención de la composición. Esta se desarrolla en un escenario palaciego, donde se despliega la mesa con los comensales, cuyas lujosas galas adoptan tonos más oscuros. Todo ello crea una atmósfera de esplendor, y da lugar a un efectista juego de contrastes cromáticos que sirve para subrayar el dinamismo de la bailarina. Valdés Leal ha relacionado de manera verídica los gestos y actitudes de un elevado número de personajes, creando una obra de extraordinario equilibrio y de una gran eficacia comunicativa.

El de Salomé es uno de los relatos evangélicos en los que aparecen más elementos dramáticos y novelescos, y de los que tienen una mayor carga erótica, pues en él se mezclan el lujo, el baile, la seducción y la muerte. Eso ha hecho que haya sido una figura con un gran poder inspirador para artistas, literatos o músicos, y de ello tenemos prueba en esta obra, una de las composiciones más afortunadas de Valdés Leal, que fue, junto con Murillo, el pintor más importante y original de entre los activos en Sevilla en la segunda mitad del siglo XVII. Se trata de una de sus obras en las que ha sabido explotar mejor sus dotes narrativas y su capacidad para expresar sofisticación, gracia y erotismo. Para ello se ha valido de su peculiar estilo pictórico, en el que se concede un lugar principal a los valores del color, y en el que tiene protagonismo una pincelada a la vez suelta, vivaz y certera, con mucha capacidad para transmitir la sensación de movimiento.

El cuadro formaba parte de una serie de diez, que narraban la historia del Bautista, y que en 1675 se citan en una colección particular sevillana.