Mosquetero con espada y amorcillo

Mosquetero con espada y amorcillo

Pablo Picasso (Málaga, 1881-Mougins, Francia, 1973)

Fecha de ejecución:

1969

Técnica:

Óleo sobre lienzo

Medidas:

130 x 89 cm

Procedencia:

Colección Pedro Masaveu

Mosquetero con espada y amorcillo, de Pablo Picasso (Málaga, 1881-Mougins, Francia, 1973) es una obra representativa de su última etapa, llamada de Aviñón por las dos importantes exposiciones que allí realizó en 1970 y 1973. Conjuga dos de sus motivos más característicos: el del mosquetero, que apareció en su obra en 1966, y el del hombre maduro acompañado de niños que representan el amor, en ocasiones con sus atributos de arco y flechas.

La figura del mosquetero es utilizada como alusión a los personajes del Siglo de Oro español y su elección implica cierta teatralidad, porque pudiera corresponder a personajes de Dumas y Molière o relacionarse con los dramas del Siglo de Oro que Picasso había visto representar en su infancia. Por otra parte, el término “mosquetero” hace referencia a los espectadores, exentos de pago, que en los teatros del Siglo de Oro se situaban en la parte trasera del teatro. Éste sería así no sólo un personaje representando en una suerte de “teatro del mundo” sino también una especie de testigo de lo que ocurre al otro lado de la tela, como ponen de relieve, por otra parte, su misma dimensión frontal y las dimensiones de la figura, que obligan al espectador a encararse directamente con ella. Además, en este cuadro la figura del mosquetero no deja de recordar a la de El caballero de la mano en el pecho, de El Greco. Ambos aparecen con similar encuadre de media figura y parecida gorguera, puño con encajes, cadena de oro hasta la cintura y espada con empuñadura dorada, si bien ésta en posición invertida, igual que la mano en el pecho.

Resulta significativa la profunda humanidad que, a despecho de su supuesto carácter teatral, presentan las figuras. El mosquetero parece animado de una tensión expresiva, producto tanto de su propia búsqueda interior como de su “perpetuo deseo de ser transfigurado”, en palabras de Zervos. En este último sentido, la antítesis entre el tratamiento deformado del rostro del mosquetero y la expresión directa de la cara del amorcillo, sonriente, revela el carácter de esas tensiones, en buena medida relacionadas con el eros, que reflejaban las que vivía el propio artista, ya en su senectud. Pero el complemento entre la noble y atormentada expresión del caballero y la actitud traviesa y risueña del niño, cuyos rasgos no dejan de recordar también las propias facciones del artista, podrían mostrar una posibilidad de renovación que uniría los dos extremos de un mismo ciclo en una especie de autorretrato doble y transfigurado.

La pintura, muy empastada y aplicada con rapidez y decisión, casi como si embadurnara el lienzo con pinceladas francas y certeras, deja sin cubrir algunas partes, que permiten ver la imprimación. La ejecución es muy libre y las figuras aparecen en un mismo plano, sin profundidad. Resalta el contraste entre los tres colores primarios, solo matizado el azul por la proximidad con el morado en la figura del mosquetero.