En la última producción pictórica de Alberto Ámez (Gijón, 1963) se aborda el concepto de “Arcadia”, no precisamente como el lugar idílico desde el que invocar un sueño de felicidad completa y donde regodearse en una vida pletórica, pacífica y en plena armonía, como imaginaban los antiguos, sino como un lugar que funcione como refugio donde guarecerse de la flagrante convulsión de los tiempos y desde el que reflexionar sobre el porqué de la atrocidad humana.
Los escenarios a los que recurre Ámez son paisajes frondosos (bosques, páramos o aldeas) con cielos vibrantes y personajes que representan escenas que van desde el anecdotismo popular hasta la mística más inquietante y enigmática. Arquetipos sencillos como el santo pintor, la pastora, el niño, el cordero, el mono, la maternidad o el durmiente y sus desdoblamientos transcendentes; el espíritu en sí, el duende, la ninfa, el ángel y demás elementos ofrecen al espectador una bocanada de alivio y consuelo que se apoya y se materializa en la propia pintura y en el oficio del pintor.
Arcadia es aquí, por tanto, refugio y misterio, terruño y transcendencia, conciencia y fuga, historia y actualidad, juicio y éxtasis.
La muestra está comisariada por Juan Llano Borbolla, crítico de arte.