Todo el año es Carnaval

Todo el año es Carnaval

Orlando Pelayo (Gijón, 1920-Oviedo, 1990)

Fecha de ejecución:

1967

Técnica:

Óleo sobre lienzo

Medidas:

114 x 145,5 cm

Procedencia:

Donación del autor

De la nostalgia por la geografía española mostrada hasta el año 1962, Orlando Pelayo (Gijón, 1920-Oviedo, 1990) derivó a la de la historia. En unas declaraciones hechas por este artista a Michel Ragon en 1963, el pintor señaló la necesidad que por aquella época sintió de pasar de una imagen física de su país, condensada en sus Cartografías de la ausencia, a otra de carácter psíquico, que a partir de aquel momento, y hasta 1972, se manifestó principalmente en sus series tituladas Retratos apócrifos y La pasión según Don Juan. Es como si una vez recuperado el espacio, con el cual se había aproximado desde el punto de vista formal a la abstracción, llegara para Pelayo el momento de habitarlo. Pero no hubo en este cambio de registro, que le llevó de lo abstracto nuevamente a lo figurativo, propósito alguno de ruptura, sino más bien de transición emocional. De hecho, el propio pintor ha explicado cómo llegó un momento en que de forma natural los accidentes del terreno que podían verse en sus paisajes se fueron anudando hasta formar estos nuevos personajes. En ambos casos podía apreciarse el mismo deseo de explorar el yo personal. Los seres que comenzaron a aparecer en sus telas no suponían la plasmación de sujetos concretos, simplemente se trataba de personajes a través de los cuales se buscaba, más allá de la representación de su aspecto físico, la sintetización de una época mítica de nuestra historia, la del Siglo de Oro.

En Todo el año es carnaval se muestra a cuatro de esos personajes unidos por sus manos en círculo y en actitud de bailar. El punto de vista ha cambiado. Ya no es el cenital de sus composiciones anteriores, sino que ahora el pintor se coloca frente a ellos. La manera con que se imponen estos seres, tanto pictórica como emocionalmente, es evidente. Quizás sea esa dimensión que tienen, a mitad de camino entre la historia y la leyenda, la que les da la enorme fuerza psicológica que ostentan.

Por otra parte, a pesar de esa capacidad para identificar el motivo, la pintura y el juego con los medios plásticos siguen siendo en las obras de este artista soberanos. Los empastes son muy potentes. La pincelada se hace larga, fluida y muy violenta. La paleta opta por las gamas de verde, ocre, negro y blanco. Las atmósferas respiran un gran dramatismo. La luz, que surge o se impone desde dentro del propio cuadro, revela la cualidad de espectros o formas larvarias que tienen los distintos personajes. Estos siempre aparecen captados como en un momento de resplandor que los ilumina a ellos y deja en penumbra el resto de la composición. Por eso, el propio pintor se refirió a las figuras de sus cuadros con el calificativo de fulguraciones antes que figuraciones, vistas a través de un relámpago. El espacio que las circunda no es más que una proyección de ese lado alucinatorio que tienen las mismas. Algunas de estas composiciones parecen estar captadas en un momento de pesadilla.