Campesinos de Gandía

Campesinos de Gandía

Hermen Anglada-Camarasa (Barcelona, 1871-Pollença, Mallorca, 1959)

Fecha de ejecución:

1909

Técnica:

Óleo sobre lienzo

Medidas:

240 x 300 cm

Procedencia:

Colección Pedro Masaveu

A finales del siglo XIX, el panorama artístico español se caracterizaba por la coexistencia de los estilos académicos dominantes con la búsqueda de una libertad creadora que empezaba a manifestarse en los principales movimientos surgidos en este período. Formado en este contexto entre tradición y nuevas tendencias, Hermen Anglada-Camarasa (Barcelona, 1871-Pollença, Mallorca, 1959) se convirtió en uno de los pintores españoles con más éxito internacional del primer cuarto del siglo XX.

Su producción está marcada por tres acontecimientos principales: una estancia en Francia entre 1894 y 1914, durante la cual su pintura estuvo protagonizada por la vida nocturna parisina; la llegada a la capital francesa, en 1909, de los ballets rusos del Diágilev, que revolucionaron la ciudad con sus vestuarios repletos de dinamismo y colorido; y una estancia en Valencia en 1904, en la que concentrará su atención en las escenas folklóricas españolas, soporte de sus principales elementos artísticos y de su característica explosión de color, protagonizada por una paleta de amarillos, naranjas, rojos y verdes que se entremezclan utilizando una pincelada extremadamente libre y se articulan mediante juegos rítmicos y lineales. Todo ello desembocó en su particular estilo pictórico, caracterizado por unas composiciones planas que enfatizan los motivos decorativos y ornamentales.

Este estilo puede apreciarse en Campesinos de Gandía, una obra de gran formato que representa una cabalgada habitual de las fiestas de la región. El artista se sirvió de una fotografía para el motivo central del cuadro, donde aparecen mucho más ornamentados tanto la montura como los jinetes. En el centro de la escena se presenta una pareja vestida con trajes típicos valencianos, tratados con todo lujo de detalles y donde incluso se observa la riqueza de los pendientes y del tocado de la mujer. Ambos montan un caballo engalanado con amplias mantas, petos de flecos y borlas de colores. A izquierda y derecha se disponen dos figuras femeninas ricamente vestidas que portan botijos de ornamentada cerámica local. En la parte inferior se aprecia una serie de figuras que continúan con el festejo y ayudan a recrear el decorativismo generalizado de la composición. Todos los protagonistas están distribuidos en un friso de figuras planas y estáticas y contornos acentuados, que se convierten en un juego visual donde la materia pictórica se mezcla con los efectos lumínicos creados a través de una pincelada radicalmente suelta, que logra canalizar a través de los trajes tradicionales. Como curiosidad, se ha sabido que el cuadro pasó por un estado de mayor sencillez y en su versión definitiva se agregaron tanto las figuras del fondo, como las de la izquierda y derecha.

En 1910 esta obra ganó el Premio de Honor y la Medalla de Oro de la Exposición Internacional de Arte del centenario en Buenos Aires, convirtiéndose en arquetipo de la pintura mediterránea novecentista.