Publicado el 7 de mayo de 2017
Las obras protagonistas del mes de abril tiene como eje la pintura religiosa y la escultura.
Este cuadro es de Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-1682), uno de los grandes pintores del barroco español, de la talla de Velázquez o Zurbarán. Se conserva en el Museo de Bellas Artes de Asturias y recoge la iconografía tradicional del apóstol, que se representa anciano y portando dos de sus atributos: la llave y un gran libro que podría contener sus Epístolas.
En la línea de los retratos velazqueños, el fondo se configura a través de un tono neutro sobre el que se recorta la figura del apóstol, buscando unas calidades de luz y sombra poco acentuadas para evitar los marcados contrastes de etapas anteriores. La composición está perfectamente equilibrada a partir de la forma piramidal, cuyos vértices coincidiría con la cabeza del apóstol, el libro y el manto que cae sobre su brazo derecho, con un tono que contrarresta también el del infolio.
Realizado por Francisco de Zurbarán entre 1638 y 1640, otra de las grandes figuras de la Pintura del Siglo de Oro, quien recibía numerosos encargos de órdenes religiosas en contratos que incluían veinte o más obras. Posee una enorme calidad plástica, expresiva y emotiva, donde se juega con el sentido del tenebrismo caravaggista. Obras como esta se destinaban a lugares oscuros, para ser iluminadas con candelas, bujías y velas, cuyas luces generaban la impresión de relieve sobre la figura representada.
Pertenece al artista asturiano Joaquín Rubio Camín (Gijón, 1929 – 2007), y se exhibe en la exposición temporal “Una edad de oro: Arquitectura en Asturias 1950-1965” entre el 4 de abril y el 21 de mayo de 2017. Forma parte de una serie de relieves realizados por el artista a finales de la década de los noventa. Se trata de un pieza de pared realizada mediante chapas de acero cortén que se organizan en el espacio generando planos.
“Sobre una guerra civil” (1964) del artista Jaime Herrero (Gijón, 1937), fue realizada en París. Se trata de un tríptico en el que el artista representa el espanto de la guerra expresado por el ser humano.
En el centro de la composición, una masa de rostros desfigurados y monstruosos crece de un único cuerpo. En ese desarrollo, uno de ellos incluso llega a ser cortado por el propio límite de la composición, lo que sugiere que esa masa se puede expandir hacia el exterior. Sus bocas se abren emitiendo gritos de terror y de dolor, mientras alzan puños ensangrentados. La angustia de estas figuras se acompaña de un paisaje yermo. Todo ello se enfatiza gracias al uso de una pincelada gruesa y cargada de pasta, así como a la intensidad de los colores empleados, en especial los tonos rojos alusivos a la sangre y la guerra.
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